El avance tecnológico, lejos de ser un democratizador universal, podría estar generando una nueva forma de desigualdad, una que se incrusta en nuestras propias capacidades cognitivas. Un artículo reciente del diario norteamericano “The New York Times” planteó una inquietante hipótesis: el consumo excesivo de contenidos digitales fragmentados, impulsado por la omnipresencia de los teléfonos celulares, estaría erosionando nuestra capacidad de lectura profunda, razonamiento lineal y pensamiento crítico.
Esta advertencia resuena con particular fuerza en Tucumán, donde las disparidades socioeconómicas son palpables. Si la tendencia global se confirma, la brecha digital no se limitaría al acceso a la tecnología, sino que se extendería al dominio de habilidades esenciales para la participación ciudadana y el desarrollo personal: la alfabetización profunda y la capacidad de análisis crítico.
La premisa es simple, pero alarmante: mientras algunos padres, conscientes del peligro, blindan a sus hijos de la sobreexposición a pantallas y promueven la lectura tradicional, los sectores más vulnerables, con menor acceso a recursos y educación, se ven cada vez más inmersos en un torbellino de información superficial y descontextualizada.
En otro artículo, publicado en el “Financial Times”, John Burn-Murdoch lo relaciona con el auge de una cultura postalfabetizada en la que consumimos la mayor parte de los medios a través de los celulares, evitando los textos densos en favor de las imágenes y los videos cortos. Otras investigaciones han asociado el uso de celulares con los síntomas del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en adolescentes, y una cuarta parte de los adultos estadounidenses encuestados sospechan ahora que podrían padecer esta condición. Hoy en día, los profesores de escuelas y universidades asignan menos libros completos a sus alumnos, en parte porque son incapaces de completarlos. Casi la mitad de los estadounidenses leyeron cero libros en 2023.
La idea de que la tecnología altera nuestra capacidad no solo de concentración, sino también de lectura y razonamiento, penetra cada vez más en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, la conversación para la que nadie está preparado es cómo esto puede estar creando otra forma de desigualdad.
¿Qué implicaciones tiene esto para Tucumán? Un electorado incapaz de comprender la complejidad de las políticas públicas, susceptible a la manipulación en las redes y atrapado en una lógica tribal donde priman las emociones sobre la razón, es un terreno fértil para la corrupción y la erosión de la democracia.
No se trata de demonizar la tecnología, sino de comprender su impacto real en nuestras vidas. Es crucial promover un uso responsable de los dispositivos digitales, fomentar la lectura crítica desde la infancia y garantizar el acceso a una educación de calidad que estimule el pensamiento profundo y la capacidad de análisis.
La alfabetización a largo plazo no es innata, sino que se aprende, a veces laboriosamente. Maryanne Wolf, académica y defensora de los niños y la alfabetización en todo el mundo, advirtió que adquirir y perfeccionar una capacidad de “lectura experta” de formato largo altera literalmente la mente. Reconfigura nuestro cerebro, aumenta el vocabulario, desplaza la actividad cerebral hacia el hemisferio izquierdo analítico y perfecciona nuestra capacidad de concentración, razonamiento lineal y pensamiento profundo.